Generalmente, cuando se trata de América del Sur, solemos pensar en los países que hablan español, porque de las doce naciones que la conforman, en nueve el español es el idioma oficial. Nuestra comunicación, en América del Sur, suele percibirse como un intercambio entre hispanohablantes, quienes, al compartir la lengua, tenemos un bagaje similar en muchos aspectos, por ejemplo, en el campo de la música y la literatura. Gracias a que hablamos en español, compartimos referentes similares, nos resulta fácil entendernos aunque hablemos distintas variedades. Sin embargo, quizá por esta ‘hermandad hispanohablante’, solemos olvidar que en América del Sur hay otros países que no comparten nuestro idioma y que, precisamente por eso, se encuentran un poco aislados; son mundos aparte aunque compartamos el mismo territorio.
El caso de Brasil es interesante. El país más grande de América del Sur a veces parece ser otro continente. Aparte de los consabidos clichés de la samba, el fútbol, el carnaval de Río y las telenovelas, poco sabemos de este país. Es raro, por ejemplo, que en el colegio o en la universidad se incluya dentro del canon de las cátedras de literatura a autores brasileños, aun si se trata de cursos de literatura latinoamericana. Tampoco sabemos sobre la verdadera variedad musical de este país-continente, y mucho menos nos preocupamos por explorar su lengua. Tendemos a pensar que nuestro subcontinente es exclusivamente de países hispanoamericanos y no vemos la riqueza de los otros países que los conforman. Si olvidamos a Brasil, ni hablar de Las Guayanas, que se encuentran, definitivamente, aisladas. Obviamente el aislamiento no se da solo de parte de los países hispanohablantes, sino también de aquellos que no lo son.
Sin embargo, se habla cada vez más de la necesidad de una integración sudamericana, de lo importante que es olvidar esas fronteras impuestas que nos aíslan y nos fragmentan. Para eso, uno de los puntos sobresalientes es la integración lingüística, es decir, que los países que conforman el continente puedan entenderse, que las políticas de integración estén redactadas en todos los idiomas que se hablan en el continente, que existan convenios entre países para aprender las otras lenguas. Por ejemplo, nos interesa más aprender inglés que aprender portugués (en Brasil también les interesa más que aprender español), cuando en realidad no debería ser así, pues es necesario conocernos, integrarnos, mirar nuestras similitudes, que son muchas, sobrepasar los clichés y alcanzar una verdadera integración. Y esa integración pasa por compartir la riqueza de nuestras lenguas y de nuestras culturas. No debería ser complicado, ¿cierto?